Hoy, su obra es de tal relevancia a nivel internacional que maestros
de la arquitectura e ingeniería como Santiago Calatrava, le rinden
homenaje a través de sus propios proyectos (Baste ver L’Hemisferic,
de Valencia, España, donde Calatrava grita su admiración
hacia Candela). Para hacer referencia a Candela, muchas obras podríamos
tomar como ejemplo; sin embargo, en este breve espacio recordemos al
maestro valenciano con una de sus grandes joyas: la Capilla de Palmira,
en Cuernavaca, la cual realizó junto con los arquitectos Guillermo
Rossell de la Lama y Manuel Larrosa. En la actualidad esta obra, terminada
en 1959, se muestra igual de soberbia, vigente y fresca; como se dice,
pareciera que por ella no pasan los años.
Al ver de lejos la capilla, uno pareciera que observa una enorme hoja
de laurel en concreto que hubiera sido desprendida de su tronco y dejada
por el viento en lo alto de la colina del fraccionamiento que la alberga
(Lomas de Cuernavaca). Como se señala en el libro Praxis “La
cubierta se hizo con una bóveda paraboloide hiperbólica
en una audaz concepción de manto que cae sobre la espalda humana,
sin muro que lo sostenga, con sólo trabes de tensión para
impedir que la concavidad se abra”. Se lee también que,
en sus orígenes, en la cúspide de la bóveda iba
a ser colocada una pequeña imagen de la Virgen María,
hecho que no se concretó. Tres fueron los factores que provocaron
la creación de un templo como éste: por un lado, los cambios
en la liturgia desarrollados a partir del Concilio Vaticano II que lograron
la creación de una arquitectura más espontánea;
por otro, Candela se encontraba en auge con su empresa especializada
en cascarones “Cubiertas Ala” y, finalmente, el desarrollador
de Lomas de Cuernavaca estaba en plena bonanza económica. Cabe
decir que esta capilla fue, en su momento la estructura en forma de
paraboloide hiperbólico y borde libre de mayor dimensión
que había sido construida.
Según se lee en el texto “Félix Candela y el borde
libre, el caso de la Capilla de Palmira en Cuernavaca”, cuando
tuvo lugar el descimbrado hubo un derrumbe en la parte superior de la
boca grande. A unas horas del siniestro —que afortunadamente no
pasó a mayores— el propio Candela diría que sus
obras las cobraba al doble “pues algunas veces se caen y hay que
rehacerlas”. Y se rehizo y ahí está: orgullosa y
bella.