Con la arquitectura María Asunción
Un creador comprometido
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Nacido en la Ciudad de México en 1956, el Arq. Felipe Leal actualmente dirige la Coordinación de proyectos especiales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), posición desde la cual ha concretado importantes proyectos como el reordenamiento vial, el transporte interno en CU, la creación del Museo Universitario de Arte Contemporáneo, las intervenciones al Museo del Chopo, a El Eco y a las oficinas de Radio UNAM; además de haber proyectado la tienda del equipo de fútbol de los Pumas y la Unidad Académico Cultural de Morelia, ambas obras ganadoras de la Mención de Honor en la X Bienal de Arquitectura Mexicana. Construcción y Tecnología visitó su despacho y conversó con él, sobre algunos de los temas que más han marcado su trayectoria y filosofía de trabajo. Pequeñas ciudades “Fui el menor de seis hermanos, y como al menor nunca le hacen caso, pasé mucho tiempo de mi niñez solo; por ello me construía mis propios juguetes o ciudades con cajas de zapatos. Utilizaba popotes para las luminarias y maquetitas para los edificios. Ese fue un gran inicio pues descubrí que me gustaban las ciudades y por ende, la arquitectura”, narra nuestro entrevistado al confesar el momento en qué decide estudiar esta carrera. ¿De dónde surgían estas ciudades? “De la influencia del cine; es decir, de las ciudades americanas. Aunque después me volví un crítico de ellas. Las tenía en ese momento como referencia, con autos, rascacielos y mucha actividad. Mi padre me preguntó ¿qué quería ser? y yo le respondí que arquitecto con toda la seguridad; es una cosa como innata, sin dudar quería ser arquitecto. Pero en algún momento de mi carrera entré en crisis –como todo estudiante– y en esa búsqueda llegué a la Academia de San Carlos, ya que no me gustaba la forma de enseñanza. Así fui nutriéndome de esa gran veta. Por ese entonces fui artista plástico; hacia trabajos de serigrafía, realizaba exposiciones lo que me ayudó para enriquecer mi visión de la arquitectura. Con el tiempo regresé a la arquitectura; terminé la carrera e inmediatamente me contrataron en la UNAM para la docencia llevándome a dejar la plástica. El arte para mí es como mi religión”. ¿En ese entonces ya se reconocían las cualidades de la Ciudad Universitaria? “Cuando yo entré a estudiar en 1976 no se daban cuenta del valor del campus. Había otras agendas de movimientos estudiantiles que después, a finales de los ochenta, terminaron por darse cuenta de la riqueza que poseía. Su mayor riqueza, sin duda es esa reserva natural. Es el segundo terreno más grande de la Ciudad de México, después del aeropuerto. Pero lo que más me llamó la atención fue el tejido social, ya que yo venía de una escuela privada y me fascinó. Tenía amistades de todos los niveles socioeconómicos y esa lupa de aproximación al conocimiento y las realidades de México más que la de sus edificios en una primera instancia. Ahora hablando a otro nivel, me gustó lo bien sembrado de los edificios; el cómo se ha dado la naturaleza; cómo han crecido los árboles, la belleza del conjunto y la distancia entre su arquitectura. Los edificios que más me gustan, uno que está solo y que es fascinante es el Estadio Universitario, y la Biblioteca Central, de Juan O´Gorman. Destaco ese coro que armaron todos los participantes pues lograron un ejemplo para la ciudad; no hay cables; no hay espectaculares y muy poco graffiti; domina la masa vegetal, los espacios públicos generosos donde estudiantes, maestros y trabaja-dores se mueven con comodidad y deambulan por el campus, es realmente es un oasis”. ¿Qué implica y representa la distinción que recibe de la UNESCO el campus de Ciudad Universitaria? “Con la declaratoria lo que ganamos es que se preserve la integridad del conjunto, impidiendo que dentro del perímetro se hagan nuevas construcciones. Y esto es importante porque como monumento artístico, se reconoce a una de las mayores aportaciones mexicanas a la arquitectura y al arte mundial del siglo XX. Desde su inauguración, en 1952, el conjunto enriqueció la cultura mexicana y mundial y lo sigue haciendo con las generaciones actuales”. ¿Quién le dejó un mejor recuerdo de su etapa como estudiante? “Max Cetto, quien fue mi director de tesis, fue un hombre de una integridad moral; un hombre de una sola pieza. Humanista de pies a cabeza; pero, además tenía amor por la naturaleza. Fue un visionario que influyó en mí. Hoy podría ser uno de los mejores ambientalistas. Fue el primero en hablar de la recarga de los mantos freáticos; de la admiración por el paisaje, por la geografía, ya que tenía una cultura ambiental excepcional. Después llegó a mi vida Luis Barragán, quien de forma indirecta, realizando mi tesis de maestría titulada ‘Fuentes para las fuentes de Luis Barragán, lo redescubrí. De los dos me nutrí. Encontré la fusión entre la plasticidad intrínseca de la arquitectura y al ver la obra de Luis Barragán entendí la parte estética y plástica de la arquitectura. Recuerdo que con Max Cetto fuimos a Michoacán en su coche. Él había construido un balneario muy famoso (San José Purúa), y hacía como veinte años que él no iba. Al llegar vimos que ya habían cambiado la fachada, así que de repente me dijo que ya no quería entrar. Le dije –Max ya nos hicimos casi una hora desviándonos para acá, no lo conozco y quisiera conocerlo. Me dijo ya triste: –No. Date la vuelta y subámonos, más vale un buen recuerdo que una decepción, se ve que lo que hicieron no tiene nada que ver con lo que yo había pensado’. ¿Ahí surge la preocupación por las ciudades y la preservación del patrimonio arquitectónico o urbano? “Posiblemente. Creo que el cuidado del patrimonio arquitectónico de las ciudades es responsabilidad de la sociedad en su conjunto; no sólo de las autoridades. Lo que falta es una educación de carácter urbano y ésta debe darse desde la educación básica, incluyendo la formación que se da de padres a hijos. Es importante que la sociedad tenga claro lo valioso que son los edificios dentro de la historia de la ciudad. Nos falta enriquecer la cultura de nuestros barrios, tenemos que disfrutar nuestra ciudad, cada vez nos estamos encerrando más en los centros comerciales o en las casas. Debemos aprovechar el espacio público como un lugar de coexistencia, como elemento de identidad de una ciudad. Sin embargo, pienso que la sociedad está reconociendo que la arquitectura ayuda al bienestar y a generar estas identidades, de la importancia cultural de la arquitectura. En este sentido ayuda a todo tipo de museos, los de diferentes índoles, interactivos, culturales, científicos, artísticos todo ello nos hace aproximarnos al conocimiento y a la riqueza que nos da la arquitectura. La arquitectura no como edificios aislados, sino en conjunto la suma de arquitecturas que hace la ciudad, la ciudad es la máxima obra de arquitectura”. ¿Cuál fue su primera obra? “Fue una casa en el Ajusco para una ex novia de mi hermano mayor. Yo estaba terminando la carrera y ya estaba haciendo su casa, muy influenciado por Max Cetto, por ese rústico moderno con materiales como: piedras locales, maderas y tejas pero había una espacialidad muy contemporánea con dobles alturas. Para hacer un proyecto en séptimo u octavo semestre no estuvo mal”. ¿Qué proyecto le gustaría realizar? “Desde luego que un hotel me llama mucho la atención, por el tema del confort, o un museo. Me gustan los lugares de vínculo con la plástica; donde la luz sea más evidente y los pabellones que es una escala que creo dominar. Las casas son muy difíciles ya que involucran más cosas, los gustos del cliente, los anhelos, el deseo y los valores psicológicos e intangibles; sin embargo, he tenido la oportunidad de hacer este tipo de proyectos para personas inteligentes y sensibles como Gabriel García Márquez o Vicente Rojo, quienes permiten una libertad creativa. Es muy satisfactorio”. Hoy ha comenzado a ganar presencia el concreto en su obra reciente… “Sí, pero empecé tarde, yo estaba muy embebido
por esta cultura plástica, trabajé con tabique, adobe,
tepetate, materiales muy texturizados y lo orgánico siempre me
llamó mucho la atención. Al concreto le guardaba mucho
respeto; llevo alrededor de seis o siete años trabajando con
él y ahora me fascina. Ya le encontré la cuestión;
todas mis obras más recientes son de concreto. Sólo que
he logrado fusionar sus cualidades plásticas con lo que caracteriza
a mi obra: ligereza, la esbeltez y la limpieza volumétrica. Un
ejemplo podría ser la nueva estación del Metrobus en CU,
donde el protagonista visual es una rampa helicoidal de concreto”.
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