Con un poco de suerte a mi favor
Por Adriana Reyes

Mi papá estaba muy enfermo –recuerda Javier–, entonces opté por ganar tiempo y trabajar con él. Murió antes de que me recibiera, pero vio mi tesis.» Padre e hijo estuvieron muy cerca siempre, y en esa época hicieron juntos un centro comercial en Ciudad Juárez –Soriana– y un proyecto para Banamex, en la ciudad de México.

«Bajó el trabajo porque el mercado sabía que mi padre no andaba bien de salud, y yo, que estaba empezando, me sentía en desventaja.» Pero cuando por la muerte de su padre llegó el momento de estar al frente del despacho, se encontró en una disyuntiva: crecer o quedarse en ese punto del camino. La suerte –dice– estuvo de su lado. «Doce días después de que muriera mi padre, Emilio Azcárraga me dio un proyecto importante, el Centro de Prensa, que después sería el Centro Cultural de Arte Contemporáneo, en Polanco». Esa obra fue la que le dio la oportunidad de demostrar que sí podía hacer las cosas.

«El proyecto lo empecé a trabajar con mi padre, y cuando ya estaba muy enfermo, me decía: ‘Te va a costar mucho trabajo que te den esta obra’... y me la dieron.» Javier cuenta que un ejecutivo de Televisa lo llamó para que le diera la información del terreno al arquitecto que iba a desarrollar el proyecto, pero dicho arquitecto nunca llegó a la junta prevista, y entonces el ejecutivo dijo a Javier:

Javier Sordo Madaleno, un arquitecto joven que goza de un amplio reconocimiento, en 1981 acababa de terminar de cursar la carrera de arquitectura en la Universidad Iberoamericana y no tenía en mente recibirse, debido a una circunstancia personal.

–Tengo un problema, debo presentarle mañana a Emilio el proyecto.

–¿Qué necesitas? –preguntó Javier.

–Un proyecto –dijo el ejecutivo.

–O.K., te lo tengo mañana a la siete de la mañana.

«Después de esa conversación, hablé a la oficina y le dije a la gente: ‘Avisen a su casa que no van a llegar a dormir porque tenemos que presentar un proyecto mañana’.»

Javier llegó al día siguiente con lo prometido.

–¿Esto lo hiciste en una noche? –dijo el ejecutivo

–Sí.

–¿En cuánto tiempo me haces algo más decente?

–En dos semanas –respondió Javier..

En el tiempo acordado llegó con la maqueta de presentación, y explicó a Emilio Azcárraga que el edificio se conectaba en todos los niveles con el hotel Presidente. Azcárraga preguntó por qué lo había hecho de esa manera, y Javier le explicó que después de que la obra cumpliera su objetivo como centro de prensa –en l986– podría funcionar como edificio de oficinas, centro comercial o para algún otro fin. Javier le dio mucho sentido al proyecto al aprovechar la experiencia de su padre, que también había hecho el hotel Presidente.

Ese fue el inicio. «No cabe duda que tuve suerte; fue un edificio que recibió mucha publicidad, muchas entrevistas, pero también mucha presión; si hubiera fallado, lo hubiera hecho dentro de un escaparate en el que los reflectores estaban puestos», platica Javier.

Apoyos estructurales

«Siempre viví muy cerca de la arquitectura; a través de la vida de mi padre y de los comentarios que hacía en mi casa, y aunque nunca me presionó, me relacioné con la arquitectura desde un punto de vista exterior, sin estar realmente inmerso en ella. Verla desde afuera hizo que me gustara, pero realmente no fue lo que me llevó a estudiar la carrera.

Entré a la facultad sin saber si tendría o no el talento para ser arquitecto, pero era de lo que más sabia y más conocía», comenta. En ese tiempo, al trabajar en distintos despachos, «me di cuenta de que realmente me gustaba». Javier inició la carrera en l975 y la concluyó seis años después.

En l983 se casó con Ana Paula: «creo que el matrimonio es la decisión más importante que toma un ser humano en su vida». De ahí en adelante, Ana Paula se convirtió en su gran compañera y la madre de sus cuatro hijos, Javier, José Juan, Ana Paula y Fernando, de 16, 14, 10 y 8 años de edad, respectivamente.

¿Y cómo no hablar de Ana Paula, de sus hijos, y de su madre, si son sus apoyos?

De sus hijos dice: «Están en una edad muy padre, me entienden mucho, les gusta y confían en lo que hago, y aprenden que para lograr algo hay que sacrificarse, tener mucha disciplina y horas de dedicación».

«Ana Paula, mi esposa, ha sido una mujer que me ha ayudado mucho en todo y eso me da la posibilidad de hacer las cosas que quiero hacer», señala, y añade: «Claro, hay que mantener el equilibrio entre la vida personal y el trabajo, no volcarse demasiado al trabajo; ese es le reto del ser y tener los pies en la tierra, toda la vida». Javier cuenta que Ana Paula ha participado mucho con él: «Siempre le ha gustado el diseño, incluso abrió una tienda en Polanco con Claudia López, que ha trabajado conmigo en la parte de interiores.

La tienda es una extensión de lo que hacemos en el despacho y le ha ayudado a Ana Paula a tener su negocio y su propia personalidad. Realmente le ha echado muchas ganas, y para mí es un gustazo que le esté yendo tan bien; tenemos tres años con la tienda, que está en el edificio de Molière Dos 22». Javier, el padre, dice:

«A mis hijos siempre los voy apoyar en lo que quieran, lo único que les pido es que lo que escojan les guste. Javier, en dos años entrará a la Universidad. hay cosas que le gustan de lo que yo hago, y otras que no; quiero dejar que él haga su vida y tome su camino de la mejor forma. Me dice que probablemente no deba ser arquitecto porque no le gustan las matemáticas, yo le digo eso no tiene nada de malo (a mí en su momento no me gustaron). José Juan dibuja, hace planos y dice que va a ser arquitecto. Fernando es muy creativo, muy soñador, y Ana Paula aún es pequeña, pero lo que sí sé es que le pone ganas a lo que hace, y eso es bueno, pues aunque uno no sea talentoso en algo, puede ser razonablemente bueno».

Cierra el círculo familiar con su madre, una gente con la que tiene una conexión especial, dice. «Ha estado ahí; ella ayudó a mi padre en su carrera, y a mí en la mía; siempre ha sido muy creativa, tiene un gran talento, intuición de diseño». En sus afectos incluye a «gente que algún día se ha movido de su camino y ha hecho cosas por mí que nunca me imaginé que alguien podría hacer».

Hablar de esas personas es reconocer «la satisfacción de saber que existe gente que está dispuesta ayudar a alguien que no forzosamente sea su hermano o su hijo, o de quien vaya a obtener un provecho. Una persona muy importante para mí es Francisco Gómez, un señor que en muchas etapas de mi vida me ha ayudado mucho, con cariño y respeto; es como un consejero, una persona a la cual le tengo una confianza desmedida, somos muy diferentes pero al final tenemos un parte de conexión muy importante. Cada vez que he necesitado un apoyo, un consejo, él a estado ahí».

No me gusta la monotonía

A Javier Sordo Madaleno le gusta que cambie la vida: «No me gusta la monotonía, no soy una gente que pueda estar continuamente haciendo lo mismo, me divierte cambiar, me renuevo, pienso diferente, tengo oportunidades distintas; a veces digo ‘una oportunidad como ésta no vuelve a pasar en mi vida’. Algunas veces veo un proyecto como un reto personal, cada proyecto tiene su gracia, es diferente».

El arquitecto dice que el hotel Westin Regina de Los Cabos fue un reto arquitectónico, «porque tener un terreno con dos montañas, y que se prestara para hacer el hotel en la forma que lo hicimos, es algo muy raro, normalmente los terrenos no permiten esa oportunidad... son coincidencias que a uno le toque un programa así, con un cliente a quien le guste el proyecto y que todo se pueda dar». Entre los retos personales ubica al proyecto Molière Dos 22. «Aquí fue un poco poder ser, además del arquitecto, el promotor y el desarrollador; conseguimos los permisos, armamos la promoción, hicimos todo el desarrollo hasta que se compró el edificio.

Fue muy interesante tener no sólo la visión del arquitecto, sino la visión de cómo debería ser el negocio.» Dice que actualmente esa experiencia se está repitiendo con el proyecto de lo que era la planta de GM en Polanco, «estamos en la misma situación: manejando todos los aspectos del proyecto; llevamos aproximadamente dos años y medio armando la promoción de ese terreno». «Cuando estudié arquitectura –dice Javier–, era pecado que un arquitecto pensara en los negocios; el arquitecto debía ser bohemio. Se pensaba en aquel entonces que si interesaba la parte económica no se podía hacer buena arquitectura.

Creo que he podido demostrar que no es cierto, se puede hacer buena arquitectura y un buen negocio. Eso para mí ha sido muy importante, me ha dado una posición de mucho orgullo en mi vida.» Hoy, Javier Sordo Madaleno Bringas dice que sus dos romances son la promoción y la arquitectura, «dos puntos que convergen en mi vida de una forma importante, yo no promovería ningún proyecto de otro arquitecto, sólo los míos».

Sin embargo, Javier optó por la promoción «por una necesidad», dice, «para obtener trabajo. En vez de esperarme a que alguien me diera trabajo y me dijera, ‘Javier, te invito a hacer el edificio X’, yo iba a buscar al dueño del terreno y le explicaba lo que podía hacer, le simplificaba toda la tarea a los posibles clientes. Promuevo para hacer arquitectura no por ser promotor, ahora sé que la promoción mal hecha es peor que la arquitectura mal hecha».

El entorno

«Me gusta estar aquí –se refiere a su oficina– porque encuentro paz y serenidad alrededor mío, porque con una vida tan rápida y agitada como es la mía, de repente agradezco los minutos que tengo para voltear y ver el agua y los árboles y sentirme fuera de la ciudad un poco, lo disfruto mucho pero no soy una persona tranquila, soy más bien inquieto», dice.

Esa inquietud lo llevó en l974 a Cancún: «Me fui de residente al hotel Presidente de Cancún, no me fui como residente encargado, sino como chalán de todo el mundo. Ahí estuve en el verano y aprendí mucho; me di cuenta de todos los problemas que ocurrían en la obra, lo que costaba cuando un detalle no estaba bien aplicado, lo que costaba cuando una constructora quería tomar ventaja en cierta forma de un arquitecto, o cuando una constructora se equivocaba y le echaba la culpa al arquitecto. Me di cuenta de todo ese movimiento».

Javier Sordo Madaleno dice: «Nunca puedes pensar que ya llegaste a todo lo que puedes hacer, siempre lo veo así, y pienso que si quiero hacer más tengo que mantenerme con las mismas bases con las que empecé: esfuerzo, disciplina, trabajo, dedicación. Lo que hay que sentir es que nunca has llegado, que para llegar falta mucho.

No se puede decir ‘ya hice lo que tenía que hacer’; el camino por recorrer es muy amplio y la perspectiva con la que se ve va cambiando». Javier, muy seguro, y con firmeza, mira hacia el bosque que se ve desde su oficina, la misma que concibió Juan Sordo Madaleno, y concluye: «Siempre voy a admirar a mi papá; tener un nombre que ya representa una tradición arquitectónica abre muchas puertas, pero depende de uno mantenerlas abiertas o cerradas. El apellido no pesa, pesa la responsabilidad de lo que se está haciendo».

Este artículo le pareció: