De voluntad indomable
Por Mireya Pérez Estañol

Una vez que se localiza la calle donde se ubica la casa- taller del arquitecto Abraham Zabludovsky llegar al número correcto no ofrece mayor dificultad, los páneles de concreto y su arquitectura identifican claramente el domicilio.
El 9 de abril de este año la arquitectura, y sobre todo la mexicana, se vistió de luto con el fallecimiento de Abraham Zabludovsky, pero las grandes figuras trascienden y a unos cuantos meses de su desaparición -que no de su muerte- sigue dando de qué hablar el arquitecto, a través de sus de sus obras y en voz de la que fuera la compañera de su vida, Alinka, y es ella quien con unas cuantas palabras sintetiza y nos comparte, en otra faceta, la disciplina, la voluntad y el amor por su profesión que lo caracterizó.

Nacido en Polonia, pero luego nacionalizado mexicano, Zabludovsky se recibió en la Escuela Nacional de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, el 29 de agosto de 1949. A partir de esta fecha inició una brillante carrera.
Entre algunas de sus obras se pueden mencionar la Central de Abastos
de la ciudad de México, el Banco Mercantil de México -por el cual obtuvo el Gran Premio Latinoamericano en la Bienal de Arquitectura de Buenos Aires en 1982- y la remodelación de la Biblioteca México, de la Ciudadela.
“Hay días que no me calienta el sol –dice Alinka- y otros que no sé de dónde me sale la fuerza, lo extraño muchísimo pues era una presencia muy fuerte, muy viva y positiva, imagine, él estuvo en silla de ruedas 10 meses y en ese tiempo sacó el proyecto del Museo del Niño, para Villahermosa, Tabasco.
“Cuando varias señoras guapas del Patronato de Coatzacoalcos, Veracruz, le vinieron a proponer que hiciera el Centro de Convenciones y Teatro de la Ciudad, él ya estaba en crisis, en silla de ruedas, pero esto le animó mucho. Según me dijo, le solicitaron que desarrollara el proyecto y la obra. En ocho meses terminó este proyecto.
Incluso el día que murió, a las 2:00 PM estaba firmando la autorización de 140 planos que salieron al día siguiente.
“Esa mañana de abril él estuvo en el taller trabajando. Al terminar la jornada regresó a casa para comer y recibir la terapia física. Dio algunos pasos y se sintió cansado, y esa tarde a las tres ya había fallecido de un ataque cardiaco, pero su ánimo no había decaído... Incluso había pensado viajar la siguiente semana a NuevaYork.

“Supo llevar su enfermedad no sólo con entereza, sino con dignidad. Cuando los médicos le diagnosticaron que no podría pararse, ni siquiera incorporarse de la cama debido un tumor no canceroso, pero inoperable en la médula espinal, él desarrolló una musculatura tan fuerte del abdomen y de las piernas que logró levantarse
de la cama, sentarse, para luego desplazarse en la silla de ruedas. Nunca perdió la oportunidad de visitar sus obras... Mire en esta fotografía, está supervisando la sala de música de Coatzacoalcos, en silla de ruedas“.
Alinka, una mujer cálida y a todas luces bella, continúa esta visita recorriendo lo que en futuro próximo será un museo dedicado a la arquitectura de su esposo “... yo sólo lo acompañé, el talento era suyo”, y hace notar cómo el principal material con el que está hecha su casa hasta en los interiores es el concreto aparente, con agregado de mármol.
Hace un alto en la primera maqueta y dice “ésta fue su incursión inicial en el concreto aparente, hace 50 años, en Homero y Schiller. En esta obra diseñó toda la moldura y le dio sentido diferente al concreto, pues al hacerlo decorativo fue más allá del concreto estructural. Lo llevó a ser la piel de la estructura al dejarlo expuesto, al embellecerlo con los agregados pétreos”. En los muros se aprecian las fotografías con Mario Pani, con Tamayo, Niemayer, Bruno Zevi, Mathias Goeritz.
“Esto es el auditorio de Puebla -dice Alinka- que va a cumplir 40 años. Tiene una cúpula de madera, que acústicamente funciona muy bien. Ésta es la maqueta del Museo del Niño, que apenas iniciarán... En los estados donde él tuvo la oportunidad de terminar sus proyectos quieren que se continúe con la obra y, en especial, en la cual todavía Abraham en silla de ruedas puso la primera piedra.
De este proyecto los críticos opinan que tiene mucho de frescura y de jovialidad, con un aire de renovación en su arquitectura.
“La vivienda de interés social fue otra de sus preocupaciones -continúa Alinka- y como ejemplo aquí están dos obras, dos edificios pequeños en la Colonia Obrera, y un proyecto espléndido, en una hondonada, cerca de la universidad”.
A los ojos de Alinka la creatividad de Abraham puede dividirse en tres partes, la primera con las obras en colonias como la Condesa, la Hipódromo, Polanco. “Con toda esa juventud –afirma- que aún dialoga con los jóvenes de hoy, pues basta observar lo que él hizo hace 50 años y lo que actualmente hacen los arquitectos jóvenes.
“La segunda etapa se dio junto con Teodoro González de León, cuando se consolidó el dúo dinámico, como en ocasiones lo califica el arquitecto Felipe Leal. Luego están las grandes obras públicas realizadas siendo ya independiente; entre otras construcciones hay 12 teatros en distintas parte de la república con formas diferentes y volúmenes diferentes.
“Para su arquitectura era muy exigente, y quienes lo conocieron dan su testimonio. En el homenaje del Museo Tamayo, Enrique Norten -quien junto con otros grandes arquitectos de hoy se inició en nuestro taller hace muchos años-, mencionó que Abraham le hablaba a las cinco de la mañana y le preguntaba ‘qué... ¿te desperté?’. Para él no había hora ni tiempo... Cuando tenía algo que no le gustaba no importaba si el proyecto estaba aprobado, sencillamente lo cambiaba...


“Vivir a su lado fue muy emocionante. Él era un arquitecto de 24 horas... Por eso, los hijos y los nietos crecieron viendo arquitectura, los viajes eran para ver y disfrutar de la arquitectura. Por primera vez viajamos a
Europa de viaje de luna de miel y fuimos en invierno... Pero, no teníamos mucho dinero, así que tomamos el tren pues un amigo nos dijo que en Francia era baratísimo y nos podíamos ahorrar las noches de hotel. ‘Tomen el tren a Marsella en tercera clase pues no hay nadie, se pueden acostar y descansar’, nos recomendó. Como jóvenes ingenuos hicimos caso sin tomar en cuenta el regreso de los soldados de la guerra de Argelia. El tren iba tan lleno que tuvimos que viajar parados, y era tal la falta de aire que en cada estación salía respirar. Cuando llegamos a Marsella, tenía yo una terrible laringitis debido a los cambios de temperatura, pero con todo fuimos a ver las obras de Le Corbusier, ¡cómo no íbamos a ver la Unidad de Marsella! Así empezó mi matrimonio y aunque había estudiado sicología me dediqué a aprender y disfrutar de la arquitectura con él”. Con un sabor agridulce nos despedimos de una mujer bella, dulce y fuerte, quien ahora viste el casco y las botas para visitar las obras que aún están por concluirse o en la etapa de cimentación.

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