Dueña de una gran seguridad, simpatía y el don de la palabra,
la arquitecta y urbanista Estefanía Chávez de Ortega no
necesita presentación. Heredera de un gran abolengo intelectual,
hace gala de la sencillez de los bien nacidos.
¿Podría
hablarnos un poco sobre su familia?
Habría mucho que decir, pero resumiendo puedo mencionar que mi
bisabuelo paterno fue gobernador y colaborador del presidente Benito Juárez,
y Ezequiel Chávez, mi tío abuelo, fue rector de la Universidad.
En la siguiente generación, mi tío Manuel Chávez
fue literato, director del Ateneo Veracruzano, y el nombre de otro hermano
de mi padre, Carlos Chávez, tiene una fuerte repercusión
internacional en el ámbito musical.
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Soy
una persona estricta porque creo que las
cosas hay que hacerlas bien desde un principio.
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He
dejado al último a mi padre, el ingeniero Eduardo Chávez,
por ser para mí el primero.Desde
su puesto de secretario de Estado durante el régimen del presidente
Adolfo Ruiz Cortines, él diseñó la estructura agropecuaria
del país.
¿Y
las mujeres de su familia?, ¿quiénes fueron?
Mi abuela, al enviudar, tuvo que tomar las riendas de su familia y llegó
a ser directora de la Normal de Maestras en el tiempo de don Justo Sierra;
una de mis tías se dedicó a la geografía, otra a
la pintura, y otra de ellas, Estefanía Castañeda, fue la
fundadora de los jardines de niños en nuestro país.
Mencionó que
su padre tiene un lugar preponderante en su vida, ¿por
qué?
Como mujeres con un compromiso social, debemos tener una figura masculina
muy fuerte cerca de nosotras, y los hombres que tienen trascendencia en
el servicio social siempre tienen cerca una figura femenina que influye.
Mi padre, que al igual que sus hermanos siempre tuvo un compromiso social,
fue para mí el ejemplo. Era un hombre muy trabajador, de principios
firmes de honradez y lealtad. Lamentablemente, estos valores se fueron
perdiendo en la sociedad a lo largo del siglo XX.
En lo profesional, él fue un planificador urbano regional, un ingeniero
civil de una gran visión. Entre sus obras puedo mencionar las del
valle bajo del Río Bravo, un trabajo que fue realizado en el tiempo
del general Cárdenas con la mano de obra de personas repatriadas,
a las que dio trabajo. Al cambiar el enfoque del proyecto, con el presupuesto
con el que sólo se iba a construir un bordo, se hizo el desarrollo
agropecuario de la región.
Él también hizo estudios de todos los ríos de México
para la Comisión Federal de Electricidad, fue vocal secretario
de la comisión del río Papaloapan, y del Tepalcatepec. Más
tarde, llegó a ser secretario de Recursos Hidráulicos.
Él tenía la mirada puesta en el futuro, y esto lo confirmé
recientemente, cuando en un documento de la UNESCO encontré que
se recomienda a los hombres del siglo XXI no servirse más de la
naturaleza, sino servirla: este era el principio que regía la acción
de mi padre a principios del siglo XX. En aquella época, este respeto
no se llamaba ecología o desarrollo sustentable, era simplemente
amor por la naturaleza.
¿Cómo
se decidió a ser arquitecta y urbanista?
Nací en la frontera norte del país. Quería ser ingeniera
y planificadora regional, pero en el momento en que inicié mis
estudios profesionales el ambiente en la escuela de ingeniería
era difícil para una mujer, así que tomé la alternativa
de estudiar arquitectura, pensando en las clases del maestro José
Luis Cuevas, que lamentablemente falleció el año que yo
debía tomar Urbanismo. Por esta circunstancia, la materia se sumó
a la de Proyectos y pude cursarla con arquitectos de la talla de Guillermo
Rosell y Lorenzo Carrasco.
¿Cuál
fue su primer trabajo de planeación urbana?
Mi tesis, que fue el proyecto arquitectónico de un conjunto de
viviendas para trabajadores de Pemex, en un campamento cercano a la ciudad
de Tierra Blanca, Veracruz. Abarcaba el plano regulador de la ciudad y
la expansión que ésta tendría debido a la llegada
de los trabajadores.
Fue un buen trabajo que realizamos el que hoy es mi esposo, el arquitecto
Carlos Ortega Viramontes, y yo, pero a pesar de las muchas felicitaciones,
sólo se nos dio una mención especial y no la honorífica,
debido a que era un proyecto diferente hecho con una visión muy
realista.
¿Podría
compartir un poco de su vida personal?
Mi vida personal va muy entrelazada con la profesional. En la misma semana
que nos recibimos mi esposo y yo, nos casamos. Nos recibimos un lunes,
nos casamos por lo civil un miércoles, y por lo religioso un sábado
–el 25, 27 y 30 de octubre de 1954, respectivamente.
El estudiar lo mismo nos permitió trabajar juntos. En el segundo
año de la carrera hicimos unos departamentos en la calle de Gutemberg
44, que tuvieron como característica unos murales en la fachada,
obra del arquitecto Alejandro Caso, hoy esposo de mi hermana, la también
arquitecta Margarita Chávez. Mi esposo y yo compartimos y disfrutamos
muchos trabajos, pero había que tomar también importantes
decisiones en otras áreas de la vida.
¿Como
cuáles?
Inicié esta entrevista mencionando que, como mujeres con un compromiso
social, debemos tener una figura masculina muy fuerte cerca de nosotros.
En su momento, esta figura de equilibrio la representaron mi marido y
mi hogar; desde esta perspectiva decidí tomar la docencia como
el hilo conductor de mi vida profesional.
Si yo no hubiera estado casada y no hubiera sido madre de familia, mi
actividad profesional hubiera sido distinta, seguramente hubiera sido
una funcionaria pública con cargos de mayor nivel. Y no quiero
que se entienda esto como un arrepentimiento, sólo quiero ser puntual,
muy exacta. Como mujeres, en muchas ocasiones debemos tomar fuertes e
importantes decisiones, pero, ¿acaso esto no nos brinda la oportunidad
de ejercer el privilegio humano de elegir?
Quiero que
me describa su actividad gremial como mujer.
Desde 1975 he participado en el estudio y análisis del papel de
la mujer en la sociedad, pero la inquietud viene de más lejos.
Tuve tías que estuvieron asociadas en grupos como la Sociedad de
Universitarias Mexicanas, organización cuya membresía fue
en el comienzo muy limitada, hasta que en 1970 logró formar asociaciones
gremiales con la meta de llegar a ser una federación. Con esta
idea nació la Asociación de Mujeres Arquitectas y Urbanistas,
que agrupó primero a profesoras universitarias y luego fue ampliando
el círculo. Esta asociación tiene como principio conocernos,
dialogar entre nostras y entender el papel que la mujer tiene como arquitecta
y urbanista ante la sociedad, para ayudarnos a entender –como yo
lo he comprendido– las diferencias, no nada más las que existen
entre hombres y mujeres, sino las hay a partir de la geografía,
la educación, los valores, etcétera. Pero si como mujeres
nos podemos conocer, más y mejor podremos influir en la sociedad;
por ejemplo, en un congreso universitario celebrado recientemente me invitaron
a dar una conferencia en la que por primera vez se hablará del
urbanismo con perspectiva de género.
Creo en lo que hago y lo defiendo, lo que me ha traído algunas
discrepancias y críticas, pero al final concluyo que soy maestra,
una profesional, esposa y madre; en resumen, una mujer.
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