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La colección japonesa más rica de restos y vestigios arquitectónicos provenientes de conjuntos sepulcrales habita este magnífico museo, cuyo proyecto fue concebido por el gran arquitecto Tadao Ando como un homenaje a la cultura Kofun.
La isla de Kansai alberga
una de las principales ciudades de Japón, Osaka, que con sus casi tres
millones de habitantes es uno de los centros productivos más grandes
del país.
En la parte meridional de la jurisdicción de Osaka se halla la región
que lleva el nombre de Chikatsu-Asuka, escenario de los sucesos que han caracterizado
el periodo más antiguo de la historia japonesa. En la zona fueron descubiertos
más de doscientos conjuntos sepulcrales de la que es, sin duda, la colección
más rica de su tipo en Japón, la que incluye cuatro tumbas imperiales.
La obra, cuyo proyecto se debe a Ando y sus colaboradores, pretende ser un homenaje
a la cultura Kofun y exaltar sus testimonios, subrayando las características
a través de la exposición de los restos y de los vestigios arquitectónicos
de los sepulcros.
En su intento por ser lo más estricto posible desde el punto de vista
filológico, el arquitecto ha elaborado un orden arquitectónico
general, cuya finalidad última y explícita es, justamente, ofrecer
a los visitantes una reconstrucción del periodo histórico al que
pertenecen los restos, lo más apegada posible al modelo original. De
aquí parece nacer la invención, el golpe de efecto, la idea-guía
de la cual procede la composición entera que debe albergar precisamente
los restos de importantes monumentos sepulcrales subterráneos. Ando ha
concebido y realizado -él mismo- un edificio desarrollado todo en profundidad,
una especie de cripta ideal sobre la cual poder caminar y debajo de la que se
encuentra un espacio donde se exhiben piezas arqueológicas.
El edificio del museo constituye, por lo tanto, una especie de núcleo
edificado dispuesto en el centro de una extensa zona de excavaciones, el parque
arqueológico de Fusoki-no-Oka, del que forma justamente el espacio de
exposiciones: el estuche que resguarda y expone las piezas descubiertas en dicho
sitio.
Por el paseo que traspone el atractivo paisaje de la colina se llega a un pequeño
lago que domina la figura del edificio y frente al cual es posible estacionar
los automóviles. Cuando se alza la vista se aprecia la escalera monumental
que domina el paisaje, reflejándose el perfil de los innumerables escalones
en las plácidas aguas de la cuenca lacustre.
El ritmo cerrado de los escalones evoca la atmósfera sagrada de un edificio
religioso y conduce a la cima de lo que semeja un templo de la arqueología
concebido en afinidad con el paisaje del entorno, como una colina artificial.
Después de la primera rampa, la inmensa escalinata llega a un descanso
de donde parte una estrecha pasarela, protegida a lo largo de sus bordes por
altas paredes de concreto y cuyo punto de llegada constituye el portón
de acceso al museo.
El aspecto exterior, solemne y austero, se inspiró en la sobriedad -que
refuerza la idea de templo- del sitio donde se rinde homenaje a las tradiciones,
a las raíces culturales y a la estatura de los protagonistas de la historia
antigua del lugar. Sin apasionamiento ni demora, de manera sincera y directa,
el maestro nipón diseña los trazos de la composición, las
líneas rectas y curvas en alternancia y dimensiones, y evalúa
con sapiencia la geometría, elige entre los arquetipos formales los perfiles
ideales y los compone con simplicidad, logrando con ello un mundo fascinante
de espacios interiores.
El camino que Ando elige conduce siempre a la profundidad, cada vez más
hacia la oscuridad, y lleva al visitante hacia una especie de recorrido catártico,
forzándolo a desligarse de todo vínculo con la realidad cotidiana
para vivir intensamente el contacto con los vestigios del pasado.
El aspecto sepulcral se evoca sin alusiones, se tiene la impresión de
ser conducido al reino de los vivos en ultratumba.
Los dos ámbitos se pueden distinguir por las condiciones de iluminación
de los locales: impregnados de la luz policroma de los vitrales el vestíbulo
y los locales de servicio; carente de iluminación el nivel más
bajo.
Las salas de exposición se suceden, separadas por fragmentos de muros
de forma y dirección diversos, si bien inconclusos, como si fuera obligatorio
dejar entrever cada punto del edificio. Espacios amplios, elegantes y esenciales,
sobriamente concebidos asimismo por el empleo de materiales discretos, expresamente
pensados para acoger el material de exposición, amplios nichos iluminados
que resguardan los testimonios de la cultura Kofun.
El nivel más bajo del edificio es también el punto de llegada
del recorrido ideal, de aquel viaje desde el reino de los vivos hacia el reino
del más allá, que se expresa en el mensaje que transmiten los
sepulcros. Esta meta ideal en la base de la inmensa escalinata construida con
bloques de granito, ostenta una forma peculiarísima que se define en
una gran sala hipóstila de forma circular, cuyas columnas sostienen el
peso formal de la diferencia de altura entre el núcleo central y el deambulatorio.
Una larga rampa semicircular, dispuesta en la parte interna del cerco que forman
las columnas, permite que se junten ambos niveles; a lo largo de las paredes
del deambulatorio, amplias cavidades resguardan las piezas y el texto informativo
correspondiente a cada una, para uso de los visitantes.
En el centro de esta cavidad uterina rodeada por amplias columnas, un podio
(basamento/pedestal) circular contiene un modelo a escala de un conjunto sepulcral,
mientras que la parte interna semicircular e inclinada de la escalinata confiere
al conjunto un aspecto íntimo, venerable, semejante al de una cripta
secreta ideal para custodiar reliquias preciosas.
Es necesario resaltar nuevamente el empleo inteligente de los materiales y el
grado de perfección que se logró, desde la madera de los pisos
hasta el granito que recubre la escalinata, o la gran maestría con que
los constructores consiguieron dar a la superficie del concreto un acabado excelente,
valiéndose de bloques tratados con productos a base de poliuretano. Al
evitar cualquier complacencia decorativa, Ando ha elegido una vez más
el camino de la claridad expresiva, de los volúmenes netos, de las superficies
decididas, de la arquitectura definida por las relaciones del juego sutil de
luz y sombra, tanto en el exterior como en el interior del enorme museo.
Una obra sublime, en la que los acentos poéticos se mezclan con la nostalgia
de un pasado conspicuo, con los testimonios de grandes acontecimiemntos históricos
de civilizaciones pasadas y con la certeza de que no existe futuro sin la conciencia
plena de lo que ha sido.
Se trata de una obra de gran valor que confirma una de las constantes del trabajo
del gran maestro japonés, expresada a través de la búsqueda
de una armonía general que consigue siempre obtener un edificio "natural"
como el ámbito en el que se inserta. (M.S.)
Este artículo fue publicado en L' industria italiana del cemento en
abril de 1997.