Haciendas de Yucatán |
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Resumen Otrora sede de importantes centros de la vida económica regional, estas construcciones han cobrado nueva vida gracias a un concepto de turismo que está tomando auge entre quienes gustan de convivir con la naturaleza sin perder las comodidades de la vida moderna. La atmósfera de épocas pasadas que guardan sus muros constituye un atractivo más para quienes buscan un refugio que los libere del estrés y la rutina de la ciudad. Las haciendas fueron latifundios que hasta antes de la Revolución ocupaban un enorme porcentaje del territorio agrícola mexicano, y el poderío que detentaban era ilimitado. A lo largo y ancho del país existen vestigios de estas construcciones que evocan historias de riqueza y crueldad llenas de dramatismos y contrastes. En sus ruinas se respira la grandeza del pasado y de ellas han resurgido sus paredes y techos para albergar nuevos usos como el hotelero. Tal es el caso de algunas de las haciendas henequeneras de Yucatán, donde el paseante encuentra descanso en un nuevo concepto de turismo ecológico de baja densidad, pero de alto nivel económico. Orígenes y desarrollo En Yucatán, la creación y el desarrollo de las haciendas se dieron en condiciones muy especiales. Durante la época colonial los encomenderos españoles tuvieron en esta región estancias dedicadas a la ganadería y al cultivo de caña de azúcar, cacao y maíz, que satisfacían con sus productos las necesidades de los nuevos habitantes con un mínimo de mano de obra. Hacia la segunda mitad del siglo XIX estas fincas comenzaron a dedicarse al cultivo del henequén, planta nativa de Yucatán hermana del agave. La gran demanda mundial de esta fibra causó la transformación radical de los latifundios existentes y propició el nacimiento de otros que han pasado a la historia como símbolo de una clase social y una época. Estudios realizados por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) atribuyen el auge del cultivo del henequén a tres acontecimientos: 1. La llamada Guerra de Castas, iniciada en 1847, que destruyó la industria del azúcar y otros cultivos del oriente y sur del actual estado de Yucatán. 2. El invento de la raspadora mecánica para desfibrar, hecho en 1852 por José Estaban Solís, quien pudo desfibrar 6,300 pencas en 21 horas. 3. La gran demanda del cordel, derivada de la invención de la cosechadora de trigo Mc Cormick en Estados Unidos, en 1878. La zona del henequén abarcó aproximadamente 1,100 haciendas, que al estar alejadas de los principales centros de población funcionaban como entidades autónomas. Características urbanas y arquitectónicas Mientras la vida de los hacendados transcurría prácticamente en Mérida, la industria del henequén transformaba el paisaje rural con sus edificios. La casa principal expresaba la imagen del propietario, cuyo espíritu ostentoso importó las formas expresivas de la historia europea, principalmente la francesa, que dieron por resultado una arquitectura ecléctica, en la que se aprecian rasgos de la arquitectura colonial, elementos neobarrocos, clasisistas, neogóticos, arquitectura tropical caribeña y hasta referencias de la arquitectura civil medieval. La capilla, la tienda de raya, la sala de máquinas, los edificios de servicio y la cárcel completaban el eje principal del conjunto, donde transcurría la vida social y religiosa de la comunidad. Estas construcciones, que se conocen como el casco de la hacienda, eran de mampostería y teja y circundaban un gran patio. Dentro del casco, que se delimitaba con muros, también estaban la noria, la huerta, los corrales, las explanadas de maniobra y el tendido de la fibra. Para que las haciendas prosperaran requerían de una población permanente en ellas, por lo que los dueños debían proveer a los trabajadores de condiciones de vida semejantes a las de los pueblos vecinos. Dependiendo de las dimensiones de la finca, los trabajadores tenían, entre otras cosas, plazas públicas, capilla, escuela, dispensario público, tienda de raya, cementerio, calabozos y espacios recreativos en las plazas. Sus viviendas eran chozas con techo de paja. Las haciendas y los pueblos de cabecera se comunicaban entre sí por medio de unas angostas vías férreas llamadas Decauville, donde corrían carritos y plataformas conocidos por el nombre de "trucks". En el trabajo cotidiano, estos carritos acarreaban las pencas a la desfibradora en el cuarto de máquinas y las fibras a los secaderos. Vida cotidiana Las haciendas fueron asiento de una gran variedad de actividades y acontecimientos, tales como bautizos, bodas, celebraciones de días de santo, fiestas y festejos de fin de cosecha. Los viajeros que pedían albergue nocturno recibían muestras de hospitalidad extrema. El hacendado y su esposa tenían diversas responsabilidades como líderes de la comunidad y permanecían con su familia en la hacienda, que utilizaban como casa de campo por cortas temporadas, ya que preferían residir en su lujosa mansión de la ciudad de Mérida donde formaban parte de una clase social que se frecuentaba en las actividades recreativas y culturales de la vida urbana. Además, viajaban constantemente a Europa, donde por lo general estudiaban sus hijos. El ausentismo del dueño hacía que la autoridad recayera en manos del mayordomo principal, quien residía con su familia en la hacienda y contaba con otros mayordomos secundarios a su servicio. La vida de los trabajadores distaba mucho de lo que podían sugerir los relatos de sociedad de las publicaciones de la época. Se regía por un régimen paternalista de organización en el que el patrón les debía proveer de los bienes indispensables y fijaba las normas de conducta. De este modo, las haciendas crearon sus propios medios de pago y control financiero y productivo, en los que los derechos de los peones quedaban a expensas de la "buena voluntad" del hacendado. Por demás está decir que las condiciones de vida de la población trabajadora no eran de bienestar. Sus características eran muy similares a la de los campesinos de la Europa medieval. No eran esclavos pero tampoco eran libres, y se procuraba que contrajeran deudas que sacrificaran su libertad para el resto de sus días. Las labores, sobre todo el corte de pencas, requerían una abundante fuerza de trabajo, por lo que, aparte de la gente maya y mestiza local, se empleaba a trabajadores extranjeros, por ejemplo, coreanos, chinos e incluso indios yaquis llevados con gran costo por los hacendados a Yucatán.
El costo de la modernidad El auge de las haciendas henequeneras se dio durante la época porfiriana (1876-1911). Su formidable progreso se reflejó en las transformaciones de la ciudad de Mérida: avenidas, paseos, edificios públicos, residencias privadas, servicios de agua, luz, etc. Más de un millar de fincas laboraban en Yucatán a principios de siglo y vendían anualmente la fibra al extranjero por valor de unos 20 millones de pesos. La aparición de las fibras sintéticas y la aplicación de la reforma agraria en 1937 trajeron la decadencia de la industria henequenera. Actualmente, gran parte de las haciendas que fueran prósperos centros de producción han dejado de funcionar y otras se encuentran en el abandono. Afortunadamente, hoy están siendo reconocidas como parte del patrimonio cultural de la nación y se ha realizado una amplia investigación histórico-arquitectónica para permitir su restauración y adecuación en hoteles de gran lujo, salones para reuniones, restaurantes y museos. El turismo al rescate del patrimonio cultural Al transitar por las carreteras cercanas a Mérida, las antiguas haciendas henequeneras anuncian su presencia con su alta chimenea que asoma entre la vegetación. El turista que busca alejarse de la civilización encuentra en aquellas que han sido restituidas como hoteles verdaderos refugios, en los que el contacto con el siglo XXI se tiene por medio de la Internet, el e-mail, el fax y el teléfono. Con una nueva vocación, estos conjuntos recuperaron la grandiosidad de la arquitectura de sus edificios, cuyos muros de piedra enyesada llegan a alcanzar hasta un metro de espesor para aislar el calor. Los techos, de teja importada, han sido remozados y el acceso principal, señalado por arcos superpuestos a la casa principal, da la bienvenida a los paseantes que buscan contacto con la naturaleza sin perder la comodidad. Katanchel, Temozón, Itzincab, San José Cholul y Xcanatún, son algunos de los nombres de estas magníficas haciendas que han sido restauradas por particulares e importantes instituciones con el fin de fomentar el turismo de baja densidad en la península de Yucatán. En Katanchel, una de las primeras haciendas restauradas, no sólo se puede admirar el esplendor de su arquitectura que data del siglo XVII, sino que a escasos metros del lugar se han descubierto cinco construcciones piramidales y un cenote. En lo que fuera la casa de máquinas, verdadero templo o palacio del trabajo en la época porfiriana, hoy existe un restaurante en el que se degusta la exquisita comida regional, y en sus jardines y huertas se pueden realizar gran cantidad de actividades, entre ellas un recorrido en "truck". La Hacienda de Temozón se localiza en medio de la "Ruta Puuc" y cerca de la "Ruta de los Conventos". Sus pabellones fueron restaurados y amueblados con el espíritu de principios de siglo y desde ella se pueden realizar recorridos a las imponentes ciudades mayas y visitar los pueblos cercanos que poseen importantes monumentos coloniales. La Hacienda de Xcanatún es la de más reciente apertura al público y, al igual que las otras, cuenta con magníficos servicios. Situada en la carretera Mérida-Progreso, es vecina de la antigua ciudad maya de Dzibichaltún. El cambio de vocación de los edificios que forman parte de nuestro patrimonio cultural asegura su supervivencia. El rescate de estas haciendas, hoy convertidas en hoteles, contribuye a no perder la memoria histórica de lo que fue una forma de vivir por casi un siglo y enriquece la serie de atractivos que la península de Yucatán ofrece al turismo, fortaleciendo esta fuente de ingresos que ocupa el segundo sitio en nuestro país.
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Instituto Mexicano
del Cemento y del Concreto, A.C. |
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