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El hombre moderno está cada vez más empeñado en
cavar su propia tumba:
· Tala bosques, para conseguir un erial.
· Lanza a los ríos, a los lagos y a los mares sustancias
tóxicas, detergentes y toda clase de residuos, para contaminar y acabar con la flora y la
fauna acuáticas.
· Arroja al aire gases tóxicos, para enrarecer la
atmósfera y volverla irrespirable.
· Transforma jardines y terrenos de cultivo en calles,
avenidas y carreteras para que transiten los autos.
El diccionario dice: Sismología. Ciencia que
estudia los terremotos, y el vulgo habla de temblores, sinónimo de terremoto que, a
su vez, deriva del griego seísmo.
Por otro lado, hay varias definiciones de ciencia (del latín scientia):
· Conocimiento exacto y razonado de ciertas cosas.
· Tema del cual tratan los libros y las revistas
científicas.
· El sentido común organizado.
· Un conjunto sistematizado de proporciones que se refieren
a un tema determinado.
· La adquisición de nuevos conocimientos sobre la
naturaleza, la sociedad y el pensamiento.
La definición más cercana a la conjunción de definiciones anteriores sería la
siguiente: La ciencia es el conocimiento ordenado de los fenómenos naturales y
sociales, así como del pensamiento y de sus relaciones mutuas.
La palabra técnica es menos complicada y en ocasiones se la emplea como sinónimo de
método (camino, fin, procedimiento). El diccionario dice: Es un conjunto de
procedimientos de que se vale el arte o la ciencia.
Pero, para que la sismología se ocupe del estudio de los terremotos (temblores), ¿es
necesario saber si es ciencia o es técnica? Definitivamente, quienes nos ocupamos de
saber cada vez más sobre los sismos y pertenecemos a la Sociedad Mexicana de Ingeniería
Sísmica no nos hemos preguntado dónde deja de ser ciencia para convertirse en técnica,
y es un hecho que la sismicidad la abordamos tanto los ingenieros civiles como los
arquitectos, los geofísicos, los geólogos y otros especialistas que, sin ser
científicos, tienen la necesidad de estudiar para profundizar en el conocimiento de los
terremotos.
El técnico, dedicado a la edificación de obras civiles que pueden ser edificios para
diferente uso unifamiliares y multifamiliares, hoteles, oficinas, puentes,
obras hidráulicas, obras subterráneas o a nivel, para el metro o el drenaje profundo,
etc., debe garantizar la estabilidad de cualquiera de estas obras al quedar sometidas a
las vibraciones propias de un terremoto, consiguiendo así salvar vidas humanas y bienes
inmuebles al cesar el movimiento en vez de que, por negligencia o desconocimiento de la
dinámica de las construcciones, éstas se colapsen.
En total, cada cinco minutos se produce un temblor de tierra en el mundo. Suman unos cien
mil sismos al año.
Pese a la información disponible sobre la superficie de la Tierra, se sabe relativamente
poco sobre el estado y composición de su inaccesible interior. A la escala cronológica
humana, la Tierra parece casi inmutable, pero en algunos lugares California, Italia,
Turquía y Japón, por ejemplo su corteza está activa y es propensa a moverse
produciendo sismos o erupciones volcánicas. Esas y otras zonas dinámicas se hallan en
los principales cinturones sísmicos, que en su mayoría surcan el centro de las cuencas
oceánicas, aunque otras se ciñen a sus bordes (por ejemplo, en torno al Pacífico) o
atraviesan masas continentales (como el cinturón alpino-malayo).
Esa observación de que existen varias zonas dinámicas, relativamente bien definidas, en
la corteza terrestre es la base de la teoría de la tectónica de placas.
El 27 de marzo de 1964,1 una inmensa capa de roca situada a muchos kilómetros de
profundidad bajo la superficie de Alaska se pandeó bajo la presión de un deslizamiento
de tierras. A las diecisiete horas y treinta y seis minutos, la capa mencionada se
cuarteó con una energía semejante a la desencadenada por la explosión de unas cien
bombas de hidrógeno.
La onda de choque recorrió todo el estado de Alaska, sembrando el pánico y causando
muertes. El terremoto, cuya intensidad fue superior a la del que azotó San Francisco en
abril de 1906, se sintió en toda la inmensidad del Océano Pacífico, donde se formaron
marejadas gigantescas que azotaron, por un lado, la costa occidental de América del Norte
y, por otro, las costas de Hawai y de Japón.
El monte St. Helens es un volcán de una cadena continental, situada en la cordillera de
las Cascadas, en el noroeste de Estados Unidos. Todos los volcanes de esta gran sierra son
el resultado de la subducción de la placa oceánica del Pacífico al montar, sobre ella,
la placa continental norteamericana. En 1980 estalló, con gran furia, el volcán Santa
Elena y causó grandes destrozos ecológicos que en cierta medida pudieron haberse
evitado, como la muerte de cerca de 2 millones de animales, si los políticos no hubiesen
tenido oídos sordos a las advertencias de los científicos. Y ahora, los especialistas en
sismos vaticinan que existe el peligro de que un gran terremoto devaste el noroeste de
Norteamérica, situación de la que nada quisieron saber ni los gobiernos estatales ni el
federal, porque consideran que en el área no hay antecedentes de temblores, ni tampoco es
zona volcánica. A ellos no les bastó la erupción de Santa Elena, cuyas consecuencias
para la flora y la fauna han sido tan terribles que hasta el clima se modificó en el
área.2
No todos los sismos son percibidos por los seres humanos debido a que varios de ellos son
de baja magnitud en la escala de Richter, y sin embargo, la corteza terrestre se mueve,
parodiando la célebre frase del notable científico italiano Galileo
Galilei:¡Eppur si muove! (¡Y sin embargo se mueve!).
Si fuera posible ubicarse en un punto lejano, exterior a nuestro planeta Tierra, desde el
cual se observasen las convulsiones del globo terráqueo durante un sismo, se lo vería
estremecerse como una gelatina que al hincarle la cuchara se deforma: unas veces se
alarga, otras se le hacen hoyuelos y unas más se achata.
Los modos de vibración del sismo semejan una cuerda puesta a oscilar, como las empleadas
por los boxeadores para saltar, o como la cuerda de una guitarra al rasgarla. La Tierra,
al temblar, muestra su musicalidad al vibrar con una frecuencia fundamental que da el tono
o la elevación del movimiento.
Hubo antiguamente, y hay en la actualidad, quienes creen que un terremoto es producto de
la ira divina y rezan mucho para aplacarla. Nada más lejano de la realidad, pues de todos
modos seguirá temblando, porque lo cierto es que se trata de un recordatorio
con el que la Naturaleza nos advierte que no debemos olvidar su poder y que, en todo caso,
debemos ayudarla no alterando su equilibrio al arrojar sustancias tóxicas y material
radiactivo en las grietas terrestres y marinas (fosas) con los que se incremente la
liberación de la energía tectónica almacenada, según recientes estudios. Desde tiempos
inmemoriales, la tierra ha sufrido sacudidas y seguirá sufriéndolas. Esto es, seguirá
temblando, con nosotros o sin nosotros los humanos.
Lo único que está en posibilidad de lograr la especie humana es poder predecir los
sismos, ya sea a corto o a largo plazo.
Recientemente, la hermana república de Perú sufrió pérdidas de vidas humanas y de
bienes materiales en la zona amazónica. Perú se ubica dentro del cinturón sísmico del
Océano Pacífico.
Ni el frío, ni el calor, ni las lluvias, fenómenos todos ellos naturales, mejoran o
empeoran las presencia de los sismos, como algunos legos afirman. Entonces, ¿cómo se
genera la energía que activa los temblores? Los científicos sólo ofrecen una
explicación parcial: En la tierra también se producen mareas, que han
sido medidas por el doctor Albert A. Michelson, famoso físico de la Universidad de
Chicago. Cada doce horas toda el agua, las montañas, las ciudades y los habitantes de la
mitad del globo terráqueo se elevan 30 centímetros en el aire, y en las restantes doce
horas, en las que la luna ejerce su atracción, en el lado opuesto del planeta, se hunden
otros 30 centímetros. De este modo se crean enormes presiones subterráneas.
La rotación de la Tierra también genera una enorme presión interna. Por otro lado, la
corteza terrestre está enfriándose continuamente y, al contraerse, presiona fuertemente
la parte interior. Todas estas acciones configuran una posible causa de los
terremotos.1
Aquí cabría hacer válido aquello de :Paren la tierra, me voy a bajar.
Desgraciadamente, no existe un solo lugar en la Tierra que esté exento de los sismos. Los
geólogos creen que el interior de los continentes se encuentra más a salvo, pese a lo
cual uno de los sismos de mayor magnitud, registrado en 1911, afectó a Nuevo Madrid, en
el estado de Massachusetts, donde destruyó un bosque, mientras que en Tennessee formó el
lago Reelfoot, de 30 km de longitud. El terreno se elevaba y descendía, en ondas
sucesivas, como las aguas rizadas de un lago, refirió el famoso naturalista John
James Audubon. Después vinieron los temblores secundarios, que se prolongaron durante
casi un año. Eran tan potentes que llegaban a producir mareos.
Reacción ante los temblores El 19 de septiembre de 1985, en el valle de México, y
específicamente en el Distrito Federal, se produjo un sismo con magnitud de 7.8 en la
escala de Richter, que causó una gran destrucción, tanto de personas como de bienes
materiales. Las cifras aportadas por el gobierno se quedaron cortas; sus datos nunca
coincidieron con los que los brigadistas observaron en los diferentes lugares en donde
participaron rescatando personas y removiendo escombros.
Mientras los más esforzados, los más hábiles y, desde luego, los más jóvenes, se
conjuntaron en brigadas desde el primer día del sismo, con un espíritu de solidaridad y
abnegación, para remover escombros y rescatar vidas humanas, nosotros los técnicos, a
través del Colegio de Ingenieros Civiles de México, desde luego, menos hábiles y menos
jóvenes, participamos realizando peritajes a diversas construcciones, para detectar
posibles fallas estructurales y decidir la conveniencia de su ocupación o desalojo.
En un estudio que publicó la Universidad Nacional Autónoma de México sobre el sismo,3
se asienta: La respuesta espontánea de la población se inició sin orientación
alguna, y con tal rapidez que esa acción rebasó lo previsto en planes de emergencia ya
establecidos, por desconocimiento de sus contenidos y mecanismos de acción.
La población en común tuvo conductas cívicas notables durante el sismo, derivadas
tanto de la educación propia como de la orientación que posteriormente recibió, para
actuar ante la presencia de un desastre natural.
También se describen en la misma obra algunas reacciones, actitudes y conductas durante y
después de un terremoto:
De manera natural y asociada con la ocurrencia del siniestro mismo, las primeras
reacciones son fundamentalmente de pánico, angustia, dolor e impotencia. El pánico en
general desorganiza el comportamiento y la persona puede dar una serie de respuestas
completamente desadaptativas e incluso perecer en un intento inadecuado de huida o de
parálisis. La sensación de desesperación que acompaña al pánico generalmente produce,
en primer lugar, secuencias innecesariamente complicadas de conducta de huida, en segundo,
una ausencia completa o casi completa de articulación conceptual que guíe a la persona
hacia respuestas más adaptativas y, en tercero, una reacción emocional generalizada y
masiva de extrema ansiedad y excitación difusa.
Inmediatamente después suelen sobrevenir reacciones de dolor intenso, llanto
desesperado e incontrolable y sensación de desolación, impotencia y desorientación; en
este caso, el individuo habitualmente tampoco se encuentra preparado para afrontar la
situación de una manera organizada y racional, casi siempre se entrega a su dolor y una
parte importante de la resolución del episodio depende de la cercanía y ayuda inmediata
que reciba por parte de otros seres humanos presentes en el sitio.
Dice luego el citado estudio: Desde el punto de vista emocional, las reacciones más
frecuentes ante situaciones de desastre incluyen: dificultades para dormir o bien
somnolencia persistente, sensación de inseguridad o temor constante, sensación como si
continuara temblando, dificultad para recordar eventos, sensación de confusión
temporoespacial, tristeza persistente, intolerancia a lugares cerrados o pequeños u
oscuros y sensación de sobresalto, entre otras. Cuando las manifestaciones tienen un
cariz primordialmente psicosomático, es decir, en términos de signos o síntomas
físicos, los casos más frecuentes incluyen: dificultad para respirar, sensación de peso
en el pecho, sensación quemante en la boca del estómago, temblores en las
extremidades, dolor de cabeza, pérdida del apetito o apetito insaciable, manchas o
erupciones en la piel, pérdida del cabello en mechones, dolores musculares, diarrea y
propensión a enfermedades del aparato respiratorio, entre otras.
Predecir para prevenir A continuación, transcribo la parte final de la
ponencia que presenté en el Sexto Congreso Nacional de Ingeniería Sísmica, efectuado en
la ciudad de Puebla en noviembre de 1983.
Hasta la fecha, se considera que China ha realizado más estudios que ningún otro
país en el campo de la predicción sísmica, y de hecho ha tenido bastantes aciertos, por
ejemplo, los temblores de 1970, 1974 y 1975, que fueron previstos con suficiente
anticipación, ayudando a salvar centenares de miles de vidas. Actualmente, México
trabaja con la Academia China de Ciencias en este campo, a través de un programa
cooperativo establecido por el CONACyT. También existe colaboración con el Laboratorio
Geofísico del Instituto de Ciencias Marinas de la Universidad de Texas y con la
Universidad de San Diego, California.
Para entender la predicción de sismos, debe saberse que los animales predicen: los
caballos patean y relinchan ante la presencia de un terremoto; los ciervos se acuestan en
el suelo y luego se levantan bruscamente; las serpientes abandonan sus nidos en pleno
invierno y las ratas no vacilan en aparecer por las casas y lugares que habitan, en pleno
día. Es asombroso el número de acontecimientos fidedignos que demuestran la sensibilidad
sísmica de caballos, vacas, perros, gatos, liebres, cerdos, tigres, elefantes, monos,
ratas, lagartos, hormigas, palomas, papagayos, gansos, golondrinas, gorriones, codornices
y peces. El biopronóstico cobra adeptos entre sismólogos, geólogos, biofísicos y
biólogos, quienes llevan a cabo investigaciones para determinar los sutiles lazos que
relacionan los procesos que tienen lugar en el interior de la tierra y los indicios que
presienten y detectan los animales.
¿En qué consiste el secreto de la supersensibilidad sísmica de los animales? ¿Cómo se
explica físicamente este presentimiento?
Se requiere emular la percepción de 100 mil oscilaciones /seg. de animales como gatos,
perros, ratas y lagartos que les permite oír la voz del subsuelo. La
creación de un oído eléctrico supersensible que, junto con las pilas de
alimentación y los amplificadores, se instale en un pozo perforado, en un macizo
montañoso, y las señales acústicas del subsuelo que capte, las transforme en
eléctricas, amplificándolas y transmitiéndolas al aparato receptor en la superficie de
la tierra, en donde se distinguirán con claridad todas las voces de las rocas
y solamente bastará conectar este oído eléctrico a una computadora que,
dominando el lenguaje de las rocas, podrá predecir la hora y el lugar del
futuro terremoto.3
Isaac Asimov, en su artículo Los terremotos dice, en cuanto a predicción:
3) Quizás podríamos predecir los terremotos y evitar así muchos de sus efectos
trágicos. Pero si aprendemos a predecir si un terremoto va a tener lugar el próximo año
en determinada ciudad, eso no nos da tiempo para reforzar las construcciones de esa ciudad
y hacerla segura. Todo lo que podemos hacer es evacuar la ciudad. Desalojar millones de
personas de una ciudad y mantenerlas fuera mientras la ciudad se derrumba es una tarea
imposible, y aun si pudiera hacerse, los problemas resultantes serían quizás tan
traumáticos como el terremoto en sí.
Entonces, lo que necesitamos saber es la forma de hacer predicciones a largo plazo.
Supongamos que pudiéramos saber, con un grado aceptable de certeza, que una ciudad
importante va a ser azotada por un terremoto dentro de 55 años, meses más, meses menos.
Eso nos daría tiempo para reforzar estructuras, para demoler y reconstruir, y quizás
todo el mundo cooperaría en la labor. Poco a poco, las ciudades se volverían más
seguras, y el potencial de los terremotos para causar estragos, si bien probablemente
nunca llegaría a eliminarse por completo, se reduciría al mínimo.
¿Cómo podríamos hacer predicciones a largo plazo? Ya se han desarrollado técnicas para
medir los pequeños movimientos de las placas geológicas que causan los terremotos, por
medio de modernos interferómetros (instrumentos que miden la longitud de onda de la luz),
así como de rayos láser. Analizando los datos obtenidos de esta manera, los científicos
pueden evaluar las tensiones acumuladas. Sin embargo, es difícil hacer uso de estos
instrumentos en todo el mundo.
Con todo, bien podrían medirse los cambios en la forma de la tierra así como los
imperceptibles cambios de su superficie desde los satélites; una especie de
geodesia global que es posible gracias a nuestra capacidad de observar nuestro
planeta desde el espacio. De esa forma, podríamos obtener una imagen general de los
movimientos de todas las placas geológicas y del incremento de las tensiones en todas
partes del mundo. Un análisis computarizado nos podría indicar el lugar preciso en el
que se está acumulando tensión y de esa manera podríamos ubicar los futuros terremotos,
tanto en el tiempo como en el espacio, y adoptar las medidas para evitar al máximo los
daños.
A aquellos que piensan que los proyectos espaciales son una pérdida de recursos que
podrían ser mejor aplicados en problemas más terrenales, podríamos hacerles
la siguiente pregunta: ¿Qué sería más terrenal que lo que hemos descrito?
Referencias 1. El asombroso mundo de la naturaleza, Selecciones
del Readers digest, Madrid, 1969.
2. Edward H. Lepz, Reportajes mundiales, Excélsior, México, 6 de mayo de
1990.
3. UNAM, La UNAM ante los sismos de septiembre, México, UNAM, 1985.
4. Alfonso Tovar, ponencia del 60. Congreso Nacional de Ingeniería Sísmica, Puebla,
noviembre de 1983.
Alfonso Tovar Santana es ingeniero civil y maestro en Ciencias, con especialidad
en Estructuras. Es profesor-investigador de la ESIA, Unidad Zacatenco,
del Instituto Politécnico Nacional.
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Resumen:
Por más que el hombre intenta dominar la naturaleza,
ésta posee fuerzas aún incontrolables y una es la que desencadena los sismos. Lo único
que podría lograr la especie humana, dice el autor de este artículo, es su predicción a
corto o a largo plazo escuchando "la voz del subsuelo", como hacen los animales,
mediante la creación de un "oído eléctrico" de altísima sensibilidad que
lograra captar y amplificar las señales acústicas provenientes del interior de la
tierra.
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