55 años en la arquitecturao
El 29 de junio de 1954 Agustín Hernández se tituló por la Escuela Nacional de Arquitectura de la UNAM, por lo que este 2009 cumple 55 años de desarrollar su vocación con esmero y, sobre todo, con una enorme calidad expresiva.
Al preguntarle sobre sus inicios o del hecho que marcó una pauta
para inclinarse por el ámbito profesional de la arquitectura nos
sorprende confesándonos lo siguiente. “Acabo de encontrar una
fotografía mía de cuando tenía seis años y jugaba
haciendo casitas o ciudades con puras cajas de cartón que me regalaba
mi tía. Ahí había trenes, coches, edificios. Sin duda,
creo que esos son mis inicios en la arquitectura. Aunque debo confesar que
quise ser ingeniero mecánico electricista. Pero a mi mamá
le gustaba la arquitectura y como mi hermano ya estudiaba, pues le pareció
buena idea que fuéramos compañeros de estudio. Así,
finalmente me encontré estudiando arquitectura”. No fue sencillo
aterrizar ese gran cúmulo de ideas que había recolectado a
lo largo de su vida. Interesado por las artes, admirador de la riqueza plástica
y del comportamiento de los volúmenes y el dominio de la gravedad
siempre tuvo conflictos en la escuela, porque para él, la cuestión
era analizar y nutrir con algo totalmente moderno, nunca nostálgico
o tradicional. “Siempre tuve problemas, porque fui rebelde. Pero tuve
que disciplinarme a la moda reticular y de cuadritos de esos días
para pasar mis materias. Cuando me rebelé totalmente fue cuando hice
mi examen profesional [sobre un proyecto para un Centro Cultural de Arte
Moderno, con el cual recibió mención honorifica]. Se trataba
de un proyecto de vanguardia que aún en esta época podría
ser interesante. Ya contaba con elementos formales apegados a mi intención
y gusto por hacer arquitectura nacionalista no arquitectura mexicana, que
es muy diferente. Puedo decir además que fui un apasionado de la
arqueología y de forma práctica porque yo me iba a escarbar
y buscar piezas. Por eso creo que mi aplicación de ello fue siempre
en un sentido moderno”.
¿Cómo fue esta búsqueda para
sintetizar todo este conocimiento?
“Creo que lo más importante –aún se lo digo a
mis alumnos– es saber captar el sueño, la idea. Aunque uno
no sepa bien si viene de “arriba” o “abajo”. Pero
hay que estar atentos porque uno no sabe si llega de una escalera, de un
elevador, de un avión o del Periférico. Uno ignora de dónde
llegan, pero hay que tomar inmediatamente un lápiz o plumón
y empezar con un pequeño trazo para que no se olvide, porque los
sueños se borran. Y entonces hay que captar esas pequeñas
partículas que yo llamo el DNA de la arquitectura y ya después,
habrá que desarrollarlas”.
El
haber sido rebelde y original no ha sido del todo un beneficio. Para él,
el no pertenecer a un estilo o corriente le ha traído ciertos conflictos
y algún tipo de desencanto profesional –aunque no niega las
satisfacciones–; pero tal como él nos lo indica, su arquitectura
propicia que sus clientes sean muy reducidos. “Creo que de haber escogido
un estilo hubiera hecho mucho dinero y construido muchas casitas. Pero mi
arquitectura les da miedo a los conservadores, y no solamente hablo de los
mexicanos, sino incluso extranjeros que no se atreven a habitar una obra
como la que desarrollo.
Eso sí, cuando la habitan no se quieren ir; nunca han cambiado de
casa. En mi caso, puedo decir que mi taller está ‘suspendido’.
Creo que tomé la frase de Le Corbusier de una maquina habitable y
la lleve al extremo pensando en hacer un avión habitable”.
¿Hay algunos temas u objetos que le sirvan
para realizar su trabajo de escultura o arquitectura?
“Yo más bien trabajo de forma inversa; trabajo desde la arquitectura
hacia la escultura. La escultura es difícil cuando uno tiene disciplina
como arquitecto porque ésta no es habitable y hay muchas cosas en
las que no se pueden pensar como en el caso de gravedad. Por eso la hago
en mis ratos libres”.
¿Qué es lo que le seduce del concreto
como materia prima de su obra?
“Su plasticidad, con la que se pueden lograr obras increíbles.
Yo empecé a trabajar con cascarones de 6 cm de espesor y algunos
otros que hice después en la casa de mi hermana Amalia; sin embargo,
la cimbra era muy costosa. Me pasó algo similar a lo que vivió
Félix Candela con sus maravillosas obras. Si existieran cimbras inflables
económicas volvería a hacer cascarones porque es una forma
de hacer trabajar el concreto de forma natural, contrario al esfuerzo que
hace en una losa plana a la cual, incluso colocamos acero para que trabaje.
Aquí, en este despacho donde nos encontramos, el concreto está
trabajando postensado por unas tuercas visibles que me permiten no impermeabilizar
por la densidad que adquiere el concreto al igual que la cimentación,
la cual funciona como un árbol. Pero eso me gusta del concreto”.
Sabemos que hay diversas personalidades que han
apreciado este emblemático lugar…
“Vienen muchas personas. Aquí les sorprende la forma en que
todo fue hecho por el concreto. Siempre trato de que mis obras con este
material se aprecien sus matices, sus densidades, que se expongan los agregados.
Llegó a venir Teodoro González de León y le sorprendió
que el plafón estuviera perfectamente pulido. Con este material –el
concreto– mi ley es que hay que hacer construcciones al nivel del
arte.
¿Tiene alguna anécdota que le haya
sucedido con este material?
“Claro, recuerdo que hice un coraje horrible al hacer el Pabellón
de México en Osaka en 1970 [descrito por el museógrafo Fernando
Gamboa como un edificio moderno de inspiración prehispánica
pero excelentemente funcional]. Cuando fui a Japón me encontré
con la obra que habían realizado; estaba hecha con un concreto verdaderamente
espantoso. Yo estaba muy confiado por las obras que conocía de Kenzo
Tange y pensé que así trabajaban siempre; desafortunadamente
me di cuenta que no; descubrí que en México tenemos mejores
concretos que allá”.
Agustín Hernández es un personaje que define que no puede estar quieto. Sigue creando, pero sobre todo observando la naturaleza, la vegetación, los animales; obteniendo metáforas que suelen convertirse en detalles constructivos y en ejercicios creativos dignos de admiración. En su Taller, nos llama la atención una foto del arquitecto con un joven Santiago Calatrava. Nos comenta que tiene en puerta una obra nueva y la pasión con la que lo describe es aún más intrigante porque tal como lo subraya: “A mí me gusta el reto”.
¿De qué se tratan estos nuevos proyectos?
“Bueno, estamos haciendo un museo virtual en Los Cabos, para representar
ahí unas pinturas rupestres maravillosas existentes en Baja California.
Yo creo que están al nivel de las de Altamira [España] porque
hay cosas sorprendentes de gente que desapareció y que no se sabe
qué sucedió con ellos. Hay imágenes de grupos bailando,
o de niños, que es algo inusual. No se sabe con exactitud si corresponden
a 10,000 o 15,000 a.C. Estamos trabajando en ello y creo que será
algo novedoso e interesante”.
Por otro lado, se muestra crítico y contundente pero con gran sentido
del humor ante las incongruencias que se realizan bajo el auspicio de los
concursos arquitectónicos como el del reciente Arco Bicentenario,
en el cual participó y se vio sorprendido al ver que ganaba una torre.
Al respecto, comentó: “Mi propuesta fue, de principio, cumplir
con el programa: hacer un arco que incluso el mismo presidente comentó.
Propuse enfatizar ese quiebre de Reforma y generar otro eje para el transporte
público para que todo el proyecto fuera un espacio público
con un pequeño auditorio, que tuviera una función de kiosco
en la cual podía haber un mariachi o algo similar. Ganó un
proyecto que fue resuelto como lo que hizo Barragán en Monterrey,
sólo que con los elementos más separados”.
Una larga relación Este creador, que afirmó que “la
arquitectura de líneas y superficies se convierte en volúmenes
habitados; que tiene la dimensión del tiempo, de vida y movimiento”,
acota que en cada una de sus obras podría haber una anécdota
singular porque en todas está presente su lenguaje y la idea de búsqueda:
el Heroico Colegio Militar; la Casa Amalia; el conjunto hospitalario del
IMSS en la delegación Magdalena Contreras; el Centro de Meditación
en Cuernavaca; la Escuela del Ballet Folklórico de México;
el corporativo Calakmul o el edificio de Rectoría del la Universidad
del Estado de México (UDEM), entre otras tantas de diversas escalas
y tipologías. Para él, no hay que pensar en formas sino en
la comodidad de quienes habitan la arquitectura. Y para ello deberá
existir siempre un entendimiento del simbolismo, la geometría, los
criterios estructurales pero sobretodo exaltar la posibilidad de potencializar
sensaciones. c
Por: Gregorio B. Mendoza.
Retrato: A&S Photo/Graphics
Fotos: Cortesía Despacho Agustín Hernández.
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