Quién y Dónde

Referente de la
Arquitectura mexicana


Fernando González Gortázar (Ciudad de México, 1942) es uno de los referentes más importantes de la arquitectura mexicana contemporánea; un maestro que ha llevado a un nivel superior la presencia del concreto en parte de su trabajo.


Quién y donde

El maestro González Gortázar es un apasionado en totalidad. Ciudadano comprometido. Arquitecto sin distingos, caracterizado por ser un fiel defensor de nuestro patrimonio y artista incansable en el pensamiento crítico. Estudió arquitectura en la Universidad de Guadalajara y obtuvo la licenciatura en 1966, presentando como trabajo de tesis el proyecto de un Monumento Nacional conmemorativo de la Independencia.


Se ha desempeñado como arquitecto, urbanista, paisajista, escultor y escritor teniendo en todas sus facetas la firme convicción de preservar el patrimonio histórico-cultural, así como la conservación del patrimonio natural y ecológico. Ganador del Premio Henry Moore en 1989, también ha sido profesor de Teoría del Diseño en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara, y de Educación Visual en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO).


La Ciudad de México, Madrid, Monterrey, Puebla, Villahermosa, pero sobre todo Guadalajara y sus cercanías son escenarios de su obra: puentes y pasarelas peatonales que devuelven la importancia del caminante urbano; fuentes que humanizan el horizonte intervenido por el hombre; esculturas que acarician el vacío y revelan su importancia en la ciudad. Síntesis precisa entré técnica, fuerza expresiva y sensibilidad. En este sentido, la obra de Fernando González Gortázar resulta atípica no por presunciones estéticas y derroches formales, lo es porque es escaza –él mismo lo reconoce–, porque sigue haciendo falta en más ciudades y porque en ella la curiosidad y búsqueda del autor es un binomio constante. A pesar de su valiosa trayectoria, sólo pide que le llamen Fernando, ni arquitecto ni nada; le incomodan los títulos. Para él, son una costumbre antigua que cree que hoy ya no aplica y remarca que antes de ser arquitectos –o cualquier otra cosa– debemos de ser ciudadanos.


Aprender a volar


Su conversación inicia haciendo un pequeño homenaje a uno de los personajes fundamentales de su vida, Ignacio Díaz Morales, fundador de la escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara, institución que desde su punto de vista es sin duda, una de las más originales que ha visto el país. Debe recordarse que a ella llegaron muchos maestros procedentes de Europa con formaciones artísticas excepcionales. Para muestra un botón: Mathías Goeritz. La presencia de estos personajes significó el origen de una generación de arquitectos tapatíos de gran relevancia pero sobre todo, apasionados por su oficio.


“Creo que ese rasgo caracterizó a la universidad, porque venía de su fundador, porque él pensaba que la grandeza, la pureza y la generosidad debían de volver al más noble de los oficios que era el de construir la morada integral del hombre. Es decir, me eduqué pensando que no hay diferencia entre arquitectura y urbanismo, aprendí que el urbanismo es la obra colectiva de la arquitectura y que su diferencia –si la hay– se reduce solamente a la escala, la presencia del tiempo y el azar. A esto le he ido agregando mi visión personal”.


Quién y donde Su visión –como él lo dice refleja su preocupación social, su quehacer humanitario sensible a las peticiones fundamentales, no de los otros, sino de él mismo porque sabe evadir las falsas poses disfrazadas de bondad hacia los demás. “Una de las cosas que a mí no me enseñaron en mi infancia fue cómo ser feliz. Y esto ha sido un aprendizaje central para mí; junto con la libertad han sido mis dos tareas que más empeño han requerido, por ello creó en la felicidad como un derecho, como una forma de democracia. Debemos hoy más que nunca ocuparnos de crear ciudades justas que son aquellas que permiten tener seguridad, salud, vivienda, transporte, etc. Pero también debemos aprender a crear una autentica promesa de felicidad. Creo que uno de los terribles fallos que ha tenido la arquitectura mexicana es que no sabemos hacer o preservar ciudades para ser felices; hemos tenido la capacidad para hacer edificios magníficos pero no para hacer ciudades armónicas”.


Con ese argumento señala que es deber común obligar a los arquitectos, a los abusadores y a las autoridades que han acabado con nuestra casa colectiva (la ciudad). “Estoy convencido que cuando una ciudad es agresiva con los ciudadanos, éstos responden de la misma manera, y por ello la desarmonía urbana es uno de los factores que se refleja en el incremento de la violencia, el vandalismo, la desigualdad social, etc. La agresión que debemos considerar de la ciudad no es la que viene de la estética -por grave que esta sea- sino de la ética, es decir de la desigualdad social que es una agresión moral. Santa Fe, en la Ciudad de México es el ejemplo del dispendio y exhibicionismo arquitectónico ubicado justo al lado de una zona decadente colmada de rabia justificada, lo cual se convierte en un aparador flagrante y vergonzoso de nuestra forma de gobierno e indiferencia”. Agrega que la arquitectura espectáculo nos está causando un terrible daño pues ha hecho creer que para hacer una buena arquitectura debemos de tener todo el oro del Rey Midas, cuando el verdadero reto está en hacer buena arquitectura con recursos limitados, sobre todo en un país como el nuestro. Debemos de buscar una solidaridad social y no construir bofetadas a las clases menos favorecidas. Coincide con la frase de Juan XXIII, aunque deja claro que no es un hombre católico: “Yo creo que nadie tiene derecho a lo superfluo mientras otros carezcan de lo indispensable”.


El espacio común


“Debemos pensar que la belleza del espacio urbano es un artículo de primera necesidad y debemos de sabernos dueños de nuestras ciudades, hemos dejado durante muchos años que se imponga la idea de que el dueño es la autoridad en turno, eso es un error que no puede continuar”, afirma nuestro entrevistado. Y es que como bien se dice, en el espacio público lo bueno y lo malo se contagia; por ello, Fernando González Gortázar lo trabajado de forma excepcional a nivel artístico. Para él, sólo el arte pone en tela de juicio la brutalidad y la indiferencia de lo construido, la sensibilidad de los ciudadanos y las exigencias de la cultura del consumo contemporáneo en dónde todo debe servir para algo y el arte posee sólo su aparente “inutilidad”.


Quién y donde Su trabajo como escultor urbano da muestras de la fe que sólo poseen los artistas comprometidos, de esa responsabilidad por generar relaciones sutiles entre el arte moderno y su pasado; de ese valor civil necesario para exigir memoria ante los actos represivos dictados por el poder y en muchas ocasiones para celebrar poéticamente el encuentro de los elementos más comunes de la naturaleza y la capacidad del ciudadano de no sólo contemplar las cualidades constructivas de sus obras sino de recórrerlas alcanzando un contacto directo con ellas. De ahí la importancia del concreto, uno de sus fieles y más constantes protagonistas. “Yo creo que hay dos epopeyas en la arquitectura: la del acero ligado íntimamente al vidrio y la del concreto. Ambas han configurado la arquitectura del siglo pasado y del presente creando grandes lenguajes. Por temperamento, yo me siento fascinado por el concreto, me interesa mucho que las obras estén bien sustentadas en el suelo, que la ley de la gravedad no sea una limitación, sino una riqueza. Me gusta mucho la pesantez de la obra, y creo, sin chistar que el concreto es un material cuyas virtudes son infinitamente superiores a sus limitaciones. Debemos reconocer que con frecuencia se le asocia a esos inhumanos bloques de vivienda soviética y se nos ha hecho creer que el concreto es un material inexpresivo falto de calidez humana pero éstas no son limitaciones del material sino de los arquitectos que lo han mal empleado. Pero de este material –basta recordar- han surgido las cosas más imaginativas, más lúdicas, más propositivas en diversos términos, no sólo arquitectónicos”.


Actualmente González Gortázar está iniciando la construcción de una obra en la zona metropolitana de Monterrey y continúa trabajando (como desde hace quince años) en un proyecto para la Universidad de Guadalajara, en Tepatitlán. Ambas obras considera serán lo mejor de su obra construida en concreto, su material por excelencia. “Estoy seguro que es lo mejor que dejaré, son producto directo del material, donde es muy clara mi idea de permitir que éste se exprese tanto cómo es capaz de hacerlo, haciendo formas que al ser lógicas son también baratas y que al ser funcionales son también acogedoras. Este es un material que debe ser dosificado con maestría; Le Corbusier tenía un gran ojo para ello. Él equilibraba con acentos de color, con juegos y la presencia de luz o el agua, creo que la epopeya del concreto es una hazaña poética y decir esto de un material es el mayor elogio que se puede hacer”, concluye.


 

Texto: Marcos G. Betanzos

Fotos: a&s photo/graphics

 

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