En la relativa estabilidad de las sociedades del “primer mundo”, se tiende a ver sus ciudades como algo relativamente estático, que están en equilibrio, cuando, en realidad, ejercen una sigilosa y constante invasión de las zonas de resguardo periféricas. En tanto en las economías emergentes, las nuevas y las viejas ciudades están creciendo de forma explosiva a un ritmo frenético, lo que las ha llevado a convertirse en unas megaciudades de terribles dimensiones nunca antes alcanzadas.
El reto actual es lograr una urbanización controlada, ordenada, de dimensiones racionales, donde la energía utilizada sea mucha menos y más limpia, es decir implementar una construcción sostenible. Ésa es la única forma de igualar los niveles de vida en todo el mundo y, al mismo tiempo, mantener la calidad de vida que disfrutan los más privilegiados, que constituyen, según ciertos cálculos, sólo la mitad de la humanidad. Recordemos que casi el 40% de la población mundial no posee servicios sanitarios, el 25% carece de electricidad, el 17%, de agua potable, y un tercio vive en “ciudades perdidas”.