Con el boom económico e inmobiliario que tuvo Panamá al finalizar la primera década de este siglo, comenzó una fuerte especulación en torno a diversos proyectos de infraestructura urbana que buscaban impulsar aún más su relevancia financiera a nivel global. Surgió con gran brío la construcción de rascacielos –que aún no cesa- y en 2007 por internet comenzó a promoverse la idea de realizar una isla artificial que costaría 2 mil 500 millones de dólares.
Bajo el nombre de La Bandera, un grupo de empresas españolas y francesas, Panamarina Pacific, presentó un mega proyecto inspirado en la forma y los elementos simbólicos del lábaro patrio panameño, mismo que se llevaría a cabo en el Océano Pacífico. Se trata de un proyecto de 4 millones de metros cuadrados, en el que se incluiría 231 edificios de altura, la construcción de un puerto de cruceros, marinas, edificios públicos, hoteles, zonas comerciales, viviendas y un campo de golf.
A siete años del gran revuelo que causó tal anunció nada se ha concretado: la especulación demostró –como lo ha hecho en otros casosque, el desarrollo de la infraestructura urbana no es un asunto exclusivo del desarrollo económico de una ciudad o en este caso de un país. El tema, nos da esa moraleja: no existe un punto de llegada real si no se contempla en estas ideas faraónicas el impacto y la relación existente con otros rubros como el social y el ambiental. Habrá que ver qué resultados tienen en el futuro otros proyectos que han comenzado en ese país como Ocean Reef, el cual repite la fórmula: ganar terreno al mar a través del artificio.